Cada martes desde hacía 3 años, el escritor escrito ponía en
marcha los engranajes desgastados de sus piernas para subir los 27 costosos escalones.
Cada martes se daba cuenta que las formas tipográficas se habían convertido en
baches, en obstáculos que deber sortear. La ‘t’ había dejado de ser una pequeña
valla, para ser una pared con la que chocar. De alguna forma le estaba
mostrando que su historia estaba a pocas palabras del punto final. Lo único que
entonces podía hacer era mirar al vasto campo blanco minado de letras que se
cernía bajo sus pies. Un paso mal dado y podría caer en el pozo de la ‘u’. Cuidado
con el laberinto de los garabatos, o yacería allí acorralado, apartado de todos
sus recuerdos. La vista no ayudaba pues era casi incapaz de leer aquellas notas
que había dejado años atrás, esperanzado de que en el entonces hoy le hicieran
esbozar una sonrisa.
Debo haberme caído en el pozo de alguna letra, no ser escritor tiene esos riesgos cuando se intenta escribir, pero a ver si el otoño me hace en lugar de caer subir.
ResponderEliminarTu precioso relato es un gran homenaje a ese instante que recorre el gran blanco, me encantó.
A Carlos: el otoño tiende a hacer que las hojas de los árboles se caigan....jaja, esperemos que lo que caigan sean las ideas de tu mente a las manos.
ResponderEliminar¿Y tus palabras?
ResponderEliminarHay otro tipo de hojas que llevan tiempo esperando a que las escribas :)
Retorna!
Muy bonito Irene :)
ResponderEliminarInés