domingo, 18 de mayo de 2014

Sobre otras historias

- ¡Fuego a discreción!
- Oh, mi capitán, nos han dado los piratas del mar de las Chuches- decía Nico al tiempo que se recolocaba   el  sombrero de marinero hecho con unas páginas de periódico.
- Saca todos los cañones, Nico; acabaremos con ellos. ¡¡¡ Las piruletas han de ser nuestras!!!
- Un momento, Alfredo, me acabo de dar cuenta que se nos han olvidado los cubos en la cocina.
- Eres tonto. Te mandé que los cogieras. ¿¡Qué es una guerra sin cañones!? No te puedo dejar hacer nada solo.  Ahora encima tenemos que desmontar el galeón.

Nicolás se dispuso a mover con cuidado una de las almohadas que se apoyaban en las patas de las sillas, pues era por ahí por donde además de encontrar salida al mundo real del cuarto de estar, era por donde sus letales bombas se abrían paso hacia el barco pirata. Su diminuto cuerpecito le permitía moverse ágilmente entre las patas de las sillas. Por contra, el abigarrado cuerpo de su hermano mayor, Alfredo, solo tenía capacidad para movimientos groseros que acabarían tirando al suelo las almohadas que conformaban las paredes de su antiguo galeón de madera de roble.
A los pocos minutos regresaba Nicolás casi sin poder abarcar con los brazos los tres cubos que su capitán le había ordenado traer. Con lo sencillo que hubiera sido cogerlos del asa...

- Ya está. Prendamos fuego a la pólvora. El pirata Sinpatapalo merece morir. ¡¡¡AHHHHH!!!- gritó Nicolás.
- No grites, enano, que nos va a oír mamá y nos va a regañar como siempre-. Y es que los dos hermanos solían jugar bajo la mesa redonda del salón cuando su madre no les vigilaba y crear sus propios mundos imaginarios donde eran marineros, esquimales, hombres que vivían en lo alto de los árboles de la selva.
-  ¡No soy pequeño! Y tú, si tan grande eres, ¿por qué estamos disparando bombas que harán que las piruletas se deshagan en el fondo del mar?


(Inspiración tomada de la antología de Historias de una mesa del blog Seis Segundos)