miércoles, 23 de junio de 2010

Acerca de las pirámides.



¿Hasta qué punto creemos conocer a la gente? ¿Hasta qué punto creemos que son importantes las personas que consideramos como tal? ¿En qué momento nos damos cuenta que no son tan importantes como creímos, o más de lo que eran?
Pregunta sin respuesta inmediata, aunque seguramente se respondiera con otra cuestión: qué cosas manejamos de forma habitual. La frase de dime con quién andas y te diré quién eres sería mi solución. Un conjunto de personas, ya sea una pareja o grupo de amigos han de tener un punto en común: la cúspide de una pirámide con base de tantos lados como participantes intervengan. Cada una de las caras presenta una superficie independiente que se pone en contacto mediante sus aristas con las otras caras; o tal vez, simplemente sus caras se unan la una con la otra, sin arista diferencial entre ellas; una base en la que sustentarse...y claro está, un volumen.
Pero hasta qué h, Sxh/3 se encuentra macizo, cuánta arena habremos de meter en la pirámide para que no vuele cuando venga una ráfaga de aire, y algo también importante: de qué modo la introducimos. Si quitamos la base podríamos meter toda de golpe, pero el cono o pirámide, decidan ustedes, saldría fácilmente por los aires. Si, en cambio, elimináramos una cara, el material del que estuviera hecha dicha pirámide determinaría la resistencia de ésta; ¿pero y con un cono?
Partiendo de que: cono= círculo + superficie lateral.
Entones:
Círculo + superficie lateral + arena - superficie lateral= círculo + arena--> ∄cono + arena
Por qué no realizar una pequeña incisura en la cúspide para poder introducir poco a poco todos los granos de arena. Resultaría una ardua labor, pero con beneficios significativos. Tal vez no veas a esa persona tanto como te gustaría pero llega una h en la que te das cuenta de que ya podrán venir temporales de por medio, que nuestra pirámide seguirá inmóvil ahí donde la dejamos, en el muro de los helados de menta y Ferrero Rocher; eso sí, algo más llena.

jueves, 17 de junio de 2010

Aqua


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Días de lluvia, el olor de la lluvia, el cielo pintado a carboncillo. Brochazos de agua dulce con suaves pinceladas en tu ventana. Acuarela quizá. Nunca me ha gustado pintar con acuarela, cada toque en el papel con el pincel suponía una no vuelta atrás, al igual que las gotas que se deslizaban sinuosamente al otro lado del cristal, ya no volverían a estar donde lo estuvieron hace unos segundos. Mirar más allá del reflejo de tu rostro, contemplar el baile delicado de las lágrimas que el cielo esbozaba, retocando la superficie del lienzo de ahí donde se dejaban caer, combinándose entre sí como si una fuerza pasional indujera la fusión de sus tonos, dando como resultado la pureza estallando sobre tu piel, salpicándola, sumergiéndose en ella, oxigenando lo que en definitiva es y nos da la vida.