
Su único entretenimiento era ver cómo
caían, cómo naufragaban una tras otra, llevándose a la deriva entre ellas. Contaba
los segundos que lograban resistir impávidas ante la gravedad. El grafito se
desprendía salpicando las páginas del cuaderno donde anotaba con fiereza cada
tiempo. Disfrutaba con la derrota de todas ellas. Para él, una victoria. Si el
destino le había aguardado una vida de encierro en un enésimo piso entre esas 4
paredes y la ventana, éste debía de actuar igual, cruelmente, con todos los
elementos que componían su reducido universo; con los que él nunca podría
llegar a entrar en contacto. Se lo tenía que demostrar a sí mismo.
Cuando el
mal tiempo pasó, las gotas de lluvia se evaporaron. Los segundos, horas y días
se sucedían y no había nuevas victorias, pero él sabía que tarde o temprano
regresarían. Cansado de esperar, cogió el cuaderno y dejó una última nota.
Abrió la ventana y voló. Su cuerpo se volvía transparente, líquido, a medida que caía, aparecían manchas de colores, reflejos, se había transformado en una de ellas.
Había comprendido que las derrotas de las gotas de lluvia eran realmente
triunfos, pues recorrían todo el mundo de arriba abajo, de abajo a arriba, una
vez tras otra, eternamente, infinitamente.
Signifique exactamente lo que signifique, me gusta...
ResponderEliminarNada de suicidios...jajja.
ResponderEliminarMuchísimas gracias por pasarte por Ninive y tus palabras, pero sobre todo por perderte por sus relatos en el leyendo!
ResponderEliminarY además me ha permitido conocer tu blog en el que me perderé también en adelante, y mas si das un sentido tan bello a la ilusión de esos niños que hacen magia con lo cotidiano que lejos de allí pasa desapercibido, como la lluvia, como un cuaderno donde se escriben auténticos tesoros.
Los cuadernos son el mejor campo de batalla, y de vida. He redescubierto los cuadernos hace poco. De todas formas, suicidarte contra un folio, ya puestos, tampoco es mal final. Jeje...
ResponderEliminarA Carlos: jaja, mientras que te pierdas y sepas salir de este laberinto, por mí bien. Muchas gracias.
ResponderEliminarA Javier: el protagonista se merecía algo mejor que suicidarse con un folio, pobrecillo! Tenía intención de matarlo cuando comencé a escribir la entrada, para qué negarlo, pero luego me apiadé de él y metí la magia en su vida. Y lo cierto es que los cuadernos resultan superútiles, las páginas ni se arrugan, ni se pierden, ni se desordenan.